jueves, 30 de enero de 2014

Peñalosa, la ciudad invisible del Bosque de Bronce

Cada día está uno más viejo, aunque lo del despiste venía de fábrica.

Días atrás, casi veintidós años después de cerrar una verdadera aventura, quedamos un puñado de viejos y buenos amigos para hablar del mundo, de las cosas de cada día, echar unas cervezas y algún que otro vino, un paseo con raíces y prometernos mayor asiduidad en los encuentros.

Y así lo hicimos.

Días antes me hice mis cuentas para enganchar mi vieja cámara digital a la red eléctrica (en realidad herencia de mi hermano Juan) y, como me ocurre una de cada dos veces, el intento fue en vano: llegó la buena mañana y la cámara estaba “machacá”.

Con la tropa a medias por causas fuera de lugar y armados de unas mínimas viandas, apenas un pan “preñao”, nos arrimamos a la verea de las aguas y enfilamos como destino Peñalosa, la ciudad invisible del Bosque de Bronce. Siempre es aconsejable llevar alguna que otra pitanza, pues no hay mejor lugar para charlar y picar a media mañana que éste sobre las aguas del Rumblar; también es un rincón excelente donde tomar un piscolabis a la caída de la tarde escuchando el canto del búho real o apreciando el raso vuelo de la cigüeña negra o de alguna garza. Y todo al amparo de un magnífico puñado de piedras e historia.

En ésta, como en otras muchas ocasiones, la falta trajo una mochila de bienes pues, ante mi incapacidad para dejar testimonio gráfico del acontecer, mi buen amigo Hilario, un auténtico fotógrafo, me cedió su excelente material, como queda bien patente en las que siguen.

Dejo otras y otros retazos de mis historias para otro momento.








No hay comentarios:

Publicar un comentario